lunes, 11 de marzo de 2013

domingo, 10 de marzo de 2013



Intento poner en orden mis ideas, pero desde cuándo ha existido un orden para ello, y ¿para qué?
Las ideas, los sentimientos, siempre han sido un remolino de sensaciones y luces abstractas que no tienen principio ni fin que entran y salen a su antojo, que a veces te hacen soñar y otras, te quitan el sueño.
Intento construir un significado a este huracán, pero, ¿de qué me sirve? Para qué ponerle nombre si no consigo salir de ahí: ¿para hacer de él mi hogar?, ¿para creer que ha cesado su violento intento de asfixiarme? ¿Para qué? Si sigo estando en medio y todo se torna cada vez más gris.
Siempre resulta fácil escribir cuando estás mal, cuando estás triste, el mundo nos frece una cantidad de palabras y de sentimientos relacionados con estos sentimientos de tristeza, melancolía, desamor, depresión, palabras que describen un estado de mediocridad y pena, mucha pena, pero ¿qué pasa con aquellos sentimientos de gozo, júbilo, bienestar, paz, alegría, amor, felicidad, etc., ¿dónde quedaron?
Parece como si al mundo le interesara que sintamos melancolía, pues si nos sentimos mediocres, no miraremos más allá del suelo.
Esta carta empezaba hablando de mí, de mis sentimientos, sentimientos de pena y misericordia, pero conforme intentaba poner palabras a mis sentimientos, ha ido creciendo en mí una bomba, una bomba cargada de compasión y de odio, mucho odio.
Hay momentos en los que nos podemos permitir sentirnos mediocres, es bueno tocar fondo y darnos cuenta de nuestra condición de ser humanas, pero una vez tocado fondo, debes coger impulso y correr al exterior, elevar tu mirada al cielo y sentirte parte importante de este mundo, sentir que sin tí el mundo estaría perdido.
Debes respirar profundo y decirte a ti misma: Basta! Basta de sentir pena de mí misma! No necesito a nadie que me haga sentirme bien, sino que yo misma, con mis actos y mis pensamientos debo hacerme sentir bien!
Es hora de cambiar, el espectáculo debe comenzar!